Hablar por radio

Por Isaac Varela

Nuestro amor por el fútbol no se detiene con el fin del mundial. Gracias a nuestro colaborador costarricense Isaac Varela, nos llega el retrato de uno de nuestros ídolos futbolísticos favoritos.

Pero la belleza, en el fútbol,
es como el tiempo para Agustín de Hipona:
sé lo que es, a menos que me lo pregunten.

Martín Caparrós

Hubo un curso en la facultad que era sobre radio. Cada martes teníamos que llevar un programa preparado y reproducirlo en la cabina de radio, adentro de una de las aulas de Sociales, que son por naturaleza como agujeros negros en el espacio: retazos de poster de Los Piojos. Frases célebres. Versos y oraciones a todos los santos por el Indio. Anuncios de La Cámpora. Letreros de Nueva Sociales. Apuntes para exámenes. Citas de Spinetta. Insultos a Velez Sársfield. Insultos a Boca. Riber, decime qué se siente. Maradona es Dios y Dios es Maradona. Moyano la tenés adentro. Alto al abuso contra los trabajadores en Saavedra. Macri chupame la pija. Una vez, en una clase muy aburrida de semiótica, supe quién era la Coca Sarli después de leer dos noticias y un artículo largo en una revista muy rara como del ’70.

Uno de los últimos martes tuvimos que hacer un programa de radio sobre otro programa de radio. Elegimos una radio llamada La Red. O La Net. Era martes en la noche, hacía frío. La radio quedaba en una calle paralela a la Av. Juan B. Justo, cinco cuadras después de cortar a Corrientes, frente a una rotisería de una señora uruguaya que nos contó de sus dos hijos mientras le compramos empanadas. Dijo que su hijo mayor se parecía a mi. Después dijo que su sobrina se parecía a una de mis compañeras. Cuando salimos, nadie supo si hablaba en serio.

Nos sentamos en una fila de asientos atrás de la cabina desde donde nos dejaron observar. La observación fue meticulosa: anotamos los tiempos de producción para cada corte, el lenguaje que usaban para las llamadas al aire, el uso y el juego de la improvisación cuando hacían concursos, las señas con las manos entre ellos, el reloj negro que estaba en la esquina superior al lado de un afiche inmenso sobre fútbol. Sobre fútbol o sobre una marca de fútbol, y en el centro una foto de Maradona.

Después de dos horas teníamos libretas con apuntes, cara de cansancio por hacer apuntes, sobras de empanada, ganas de irnos, y un grabador con poca batería del que teníamos sólo dos minutos de audio para después editar. Dos minutos y eso era todo.

El primero que salió de la puerta fue un tipo flaco de estatura media con los ojos hinchados, como si hubiera contado cartas. No parecía estar al tanto de nada. El segundo que salió fue un tipo quizá un poco más alto, moreno, entradas de calvicie en el pelo y nariz chata. A decir verdad, tenía cara de loco. Los dos salieron con una expresión que simulaba el semblante de dos tipos que habían terminado un campeonato de poker, un torneo de ajedrez, o cinco días en un manicomio. Cuando el segundo ya estaba más cerca, me levanté, fui directo hacia donde caminaba y me presenté. Él se presentó y grabé su nombre. Después le hice una pregunta.

El tipo me miró raro antes de que terminara de preguntar. Me interrumpió: ¿De dónde sos? De Costa Rica. Ah, mirá qué lindo. Después empezó a citar jugadores y campeonatos de fútbol ganados por la selección, como un maniático o como un comentarista que repetía los datos sin libreto, sin apuntes, fruncía el ceño y las pupilas se le dilataban. Era impresionante la velocidad, el sonido de palabras sobrevolando nuestras cabezas, la suerte de rumor pequeño por el que se escuchaba a veces el segundero del grabador terminando, o la tecla de pausa del grabador terminando, como un grito de un loco en medio de un murmullo de voces en oración en una iglesia o en un velorio. En una línea de tiempo que abarcó más o menos los cinco últimos años mencionó dos partidos ganados, recordó el primer mundial de la selección en Italia 90, el gol de Medford ante México, las dos mejores atajadas de Gabelo Conejo, y después citaba jugadores: Wanchope -que había jugado en Rosario, dijo- y después también dijo Claudio Jara y Walter Centeno. Y Ronald Gonzalez y Miguel Davis y Juan Cayasso y Luis Antonio Marín Murillo. En algún momento mientras la batería parpadeaba y el segundero marcaba 39, él también parpadeó y cayó en la cuenta, se limpió los ojos, como volviendo de un planeta que sólo él conocía. Me preguntó por el sonido que salía del grabador, de vuelta el botón de pausa, le dije que era porque quedaban 32 segundos, volví a grabar y en 28 segundos me dijo todo lo que él sabía de radio. Todo lo que había aprendido. Como volviendo a los tecnicismos de su trabajo inhóspito, a esa burbuja radial donde lo dejaban hablar. Toda esa cabina de micrófonos y luces y cuadros y el reloj negro que estaba en la esquina superior al lado de un afiche inmenso sobre fútbol. Y en el centro una foto de Maradona.

Cuando salimos estábamos cansados ¿Vos sabés quien es ese tipo?, me preguntó mi compañera. No. ¿Pero no grabaste el nombre cuando te lo dijo? Sí, Bilardo, le dije. Carlos Salvador Bilardo.

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