Parasite: Esta casa es tuya

Por Sofía Castaño

Sofía Castaño vuelve para presentarnos Parasite y una disruptiva lógica del consumo cultural atrás del taquillero fenómeno coreano.

Quiero comenzar con una denuncia: existe un grupo de espectadores despreciables que se consideran especialistas, que usan frases absurdas como “cine de autor” o “cine arte”, que reniegan de Netflix y de ver películas en celulares y algunos, particularmente pedantes, que se dan el lujo de escribir sobre cine como si lo que tuvieran para decir fuese importante. Yo (lamentable y afortunadamente) pertenezco a ese grupo. Una pertenencia hipócrita y contradictoria, cuando la mayor parte de las películas que vi fue en una pantalla de 14” y la que me sé de memoria está protagonizada por Lindsay Lohan. Así y todo, soy una especialista, de esas que miran el afiche y ya saben de qué va la historia, la banda sonora y hasta pueden anticipar los encuadres. Entonces, el público inexperto se sorprende con una película como Parasite, pero yo, que vi todos los largometrajes de su director Bong Joon-Ho, que conozco la industria en la que produce sus películas y que cuando me lo crucé en un festival contuve el impulso de sacarme una foto con él, puedo decirles: yo también me sorprendí.

Antes de esta película, Bong había estrenado dos oscuras pero esperanzadoras películas de ciencia ficción, con estrellas norteamericanas y co-producción occidental. Lejos de ese género, Parasite es la historia de los integrantes desempleados de una familia que, por medio de ciertos engaños, consiguen trabajo en una casa de ricos. Sin contar el final, sólo diré que este éxito laboral es siempre parcial, temporal, insuficiente. A pesar de que son cuatro personas trabajando, la familia no logra mudarse del insalubre sótano en que viven y la única manifestación de su nueva riqueza es que pueden comprar comida a sus anchas. Parece que la única forma que tienen los pobres de vivir de forma aceptable es sirviendo a los ricos. Aquí no hay esperanza, no hay un plan verosímil de autosuperación, no hay una organización ecologista que continúa luchando contra el poder (como ocurre en Okja) ni un grupo de insurgentes que prefiere arriesgar la vida antes que tolerar la explotación (como ocurre en Snowpiercer). En Parasite las penas son de nosotros, las casas con jardín son ajenas.




La sorpresa no es tanto porque Bong haya hecho una película inesperada, sino porque esta película señala, como la última pieza de un rompecabezas, la misma sensación de impotencia que en su obra anterior. Desde esta luz podemos ver en sus otras películas que los personajes más heroicos que logran sobrevivir contra temibles monstruos se encuentran en esa situación por el accionar criminal de imparables potencias extranjeras, y que los policías más inescrupulosos son inútiles ante el misterio. Incluso la esperanza de Snowpiercer y Okja no puede tocarnos: la parcial felicidad de sus finales no se aplica a nuestro mundo, en el que las multinacionales siguen siendo impunes en su explotación de todo tipo de seres vivos, incluyendo humanos. Los parásitos, recordemos, son siempre los ricos y los poderosos.

Como consuelo me queda una pequeña victoria, el ver una película coreana, de un supuesto autor, llenar salas en Buenos Aires. Habitualmente estas obras son “propiedad” de los especialistas, porque en algunos casos el “cine arte” requiere un conocimiento previo, como mínimo entender el juego que propone cada película. Pero ese no suele ser el caso del cine coreano, porque en su gran mayoría se mueve dentro de los géneros, un juego que conocemos todos. Sin embargo, esas murallas invisibles que indican qué productos culturales son de todos y cuáles sólo para entendidos, dejaban al cine coreano fuera del alcance del gran público. Sé que estamos lejos de que el cine vuelva a pertenecer a todos, pero al menos la obra de este director, esta casa con jardín de la que hasta hace unos años sólo disfrutábamos los insufribles especialistas, ahora recibe visitantes de todo tipo*. Aunque esta película mira con pesimismo la pared que divide lujos, olores, comidas y oportunidades, al menos se encarga de hacer tambalear la pared que prohíbe ciertos placeres culturales.

*Quienes se atrevan, pueden abrir puertas y descubrir que uno de sus protagonistas es uno de los actores más importantes de Corea, pueden seguirlo hasta el sótano y encontrar sus oscuras colaboraciones con otro de los directores fetiche orientales. Y quien quiera más de Bong Joon-Ho puede encontrar sus dos películas occidentales en Netflix.

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