FEDERICO | Cap 16: “Travesía tragicósmica y trepidante” (Parte II)

Por Vicky Caracoche

En unas vacaciones atípicas, Federico vive una de las noches más extremas de su vida y conocerá el verdadero valor de la naturaleza.

– Estás solo en plena selva, loco malo, eres un vaquero en pelotas. La noche te quiere comer crudo pero tú no la dejas, le haces frente sin atacar. Que sepan quién eres, Johnny – Federico mastica un pasto -. Igual sigues aquí sentado y estás verdaderamente cagado en las patas. No pensar nada. No pensar en víboras o arañas o en tigres o lagartos Juanchos. – Respira profundo, algo se afloja en su interior -. Soy un tarado, un tarado cósmico y sideral y la puta que lo parió. Odio los nudos en la garganta. Pequeña niña con miedo. Miedo a qué. Eres un gallina, Johnny. La noche es fuerte. Hay tantos mosquitos que podrían llevarme volando si me agarraran entre todos.

Federico se habla a sí mismo, no demasiado alto para no llamar la atención. Todavía está de piernas cruzadas sobre la misma roca desde que el cielo viró al violeta.
La inmensidad oscura, negrísima, se abre a uno de sus lados y repercute en el paredón de piedra. La selva interminable y ahora tenebrosa lo intimida.
No puede precisar cuánto tiempo pasó desde que se dio cuenta que no podría volver al pueblo; pueden ser dos horas como diez. Cuánto duraría la noche sobre sus espaldas en este escenario ahora perturbador?
Se acuesta boca arriba y trata de relajar la mente. Necesita reconciliarse con el entorno y hurgar en su alma por un  poco de valentía. Desde algún punto del cielo la luna llena le presta sus reflejos.
Trata de enfocarse en los aspectos positivos de esta aventura inesperada. Los olores fuertes de la tierra, los susurros del agua y las estrellas más brillosas que nunca. Sin embargo, su mente no se doblega.
En la ciudad existe un sonido omnipresente, mezcla de ululares, tensión electromagnética y masa. Nos recuerda que no estamos solos en ese ecosistema conocido y sobreadaptado a la vida moderna.
Aquí, en el medio de la naturaleza, tampoco reina el silencio. Microaleteos, súbitos sacudones entre los árboles, el chillido agudo de un pájaro. Indicios de movimientos inquietantes porque son desconocidos, a pesar de haber nacido hombre no tan distinto de las generaciones anteriores. No tan distinto?

– Por supuesto que voy a echarle un poco la culpa al capitalismo y a la revolución industrial que hicieron evolucionar el mundo, si se puede decir así, de forma tal que ya es raro o curioso que las personas vivan como sus antepasados milenarios o centenarios, porque gracias a eso soy yo el que no sabe qué corno hacer ahora. O puedo ser el más abanderado de todos y venir a vivir acá mismo, comer hojas, cagar en un pozo y olvidarme de la civilización y pretender una vuelta simbólica al pasado sin tiempo y sin mundo. Pero no señor, eso no lo voy a hacer, seamos sinceros.

Federico intenta meditar para concentrar su inquietud y superarla de alguna manera. Lo logra durante unos minutos y le viene bien, junto con la brisa algo fresca que le despeja la cara.
Unos días antes, había visto en la televisión un programa sobre cómo sobrevivir una noche en la selva, armando una choza con ramas y hasta una improvisada cena de frutos. Casi una broma del destino.

– Ese pibe pelando palitos y armando un chalet con ramitas en diez minutos. Lo cagaría a trompadas. Soy bastante inútil. No sé hacer fuego, no sé encontrar nada comestible. Pero el señor se hace el Tarzán de los monos de día y a la noche te quiero ver. Quién te pensas que sos? Un gil – saca de su mochila otro sándwich que le dio Zulema -. Ése es el Cinturón de Orión. Ahí tenés una: seguro sabría volver en el desierto porque entiendo la ubicación de las estrellas – tuvo un atisbo de satisfacción -. Éste es el mejor sándwich del mundo en el lugar más impensado. Viste? Puedo estar acá y que no pase nada y por qué? Porque no puedo predecir el instante siguiente. Es este segundo, y el que viene y el que viene. ¡Taráaaaan! Hola momento presente. Convivo con los bichos. Yo también soy un bicho, bastante gracioso. Voy a disfrutar de la noche y de estas chicharras gritonas.

Se levanta entumecido. Estuvo horas sentado en la misma posición, tenso, mentalmente perturbado.
Da un giro completo y comprende que hay vida alrededor suyo y que él puede ser parte de eso. Se estira y realiza algunos movimientos de gimnasia para revivir sus extremidades.

– Encontrar de vuelta la alegría. Dos caras de la misma moneda: plenitud y temor. Ooom. Busco un mantra. Uno. Va a ser “selva”. Ya fue – Federico se pone en posición de loto y comienza a repetir marcando la letra “L” como un locutor radial -. Selllllllva… Sellllllva….. Selllllva…. Ruido de animales salvajes. – La canción enseguida viene a su mente, insistente y pegadiza.  La resiste unos segundos pero acepta que en esa melodía familiar está su oración.

Así encuentra el eslabón de paz mental que le permite tranquilizarse. Poco a poco, puede reducir su miedo y el enojo que le produce sentirse un cobarde. Tiene los ojos cerrados y su mente se vacía de pensamientos, sólo el tema de La Portuaria que tanto lo identifica ahora, hasta que ¡grrrreow!, un sonido lejano pero muy claro enmudece la noche.
Federico abre enormes los ojos. Petrificado de pies a cabeza, su corazón suena como el bombo de cualquier canción de Hermética.

– Eso es lo que yo creo que es. Eso fue un rugido. No es ni un mono ni un cuervo, es un señor tigre y la puta madre. Qué hago? Respirá. Uno, dos, tres. No va a pasar nada. Los tigres no se acercan a los seres humanos y tienen buena onda si perciben lo mismo. – No lo sabe a ciencia cierta, pero necesita automentirse para sobrevivir -. Y si se viene a pegar un chapuzón? Si llega con la familia de picnic al piletón estoy hasta las pelotas. Desmenuzado por felino zonal, el titular de mañana. Hermoso. Respirá, boludo. Por lo menos escondete.

Se ubica entre dos rocas gigantes de espaldas al agua. Ya se olvidó de las víboras y demás bichos en general. Está perturbado por esta sensación nunca antes experimentada. Es un temor real pero sin dimensiones y no puede ser objetivo al respecto. Se enjuga un par de lágrimas y maldice. Su orgullo está hecho trizas.

– Y qué si soy un cobarde. Soy una persona, un pibe que no sabe nada de nada y me perdí en medio de la selva. Un miserable pedazo de boludo que se tiene que estar escondiendo para que no lo coma un yaguareté. No quiero estar acá. Va a estar todo bien, seguro. Este es el aguante. Rezo por vos. Mañanas campestres. Sucio y desprolijo. Desarma y sangra. Cómo me voy a olvidar. El infierno está encantador esta noche… – Y así, nombrando canciones que más o menos tienen que ver con su condición actual, cae profundamente dormido.

Un pinchazo agudo en el dedo gordo del pie lo despierta de un salto. Ya amaneció y los pájaros cantan en todo su esplendor. Federico se reincorpora y mira la roncha en su dedo. De a poco se asoman imágenes del sueño de anoche.
Recuerda duendes de sombrero rojo armando una barricada de bananas para protegerlo y murciélagos cantarines. Cocodrilos, búfalos y arañas deambulaban sin advertirlo y un par de yaguaretés lo olisqueaba con ganas felinas. Le lamieron las manos y los pies y luego de unos gestos con el hocico, se alejaron.
Federico se despereza aliviado. Quizá haya sido una de las peores noches de su vida y sin embargo, ahora piensa que fue un poco exagerado. Se pegaría un merecido chapuzón y luego retornaría al pueblo.
Al levantarse, nota algo extraño en la tierra. Se restrega los ojos y acerca su vista al suelo. Una huella de gato gigante y otra y tantas más, rodea la piedra donde él durmió y marca un camino de ida metiéndose monte adentro.
Las imágenes tan palpables de su sueño se entremezclan con la realidad. Federico está perplejo; una oleada de emociones fuertes lo embarga.
Entre una horda de libélulas histéricas solloza con melancólica alegría. La prueba fehaciente está frente a él. No puede saber si era un tigre o varios, ni siquiera le importa. Entiende que la naturaleza, sus miedos, la vida salvaje y la realidad conforman un todo.
Sonríe entre lágrimas. Se siente ridículamente emotivo; quiere abrazar a los árboles y al mundo entero. Pudo vivir una noche en la selva, pudo ser uno más entre los animales, tener una relación empática con los más temibles. Era real el peligro o producto de su imaginación y su constante machacar?.
No olvida que pocas horas antes su cobardía le escupió en la cara y su lado miserable lo sacudió a cachetazos, pero reconocerse para resistir es el slogan con el que Federico identificaría esta noche (entre varios otros).
Se levanta corriendo y se tira de bombita explosiva al piletón. Unos pájaros salen volando asustados. Federico hace la plancha y mira el cielo amarillo de calor.
Desde hoy y para siempre, este vaquero inesperado llevaría un pedazo de selva incrustado en su alma.

Si querés leer más de Vicky:
undiarioabsurdo.blogspot.com

Fotografía por:
Luisa Tomatti

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