Desatanudos

Por Pablo Bobadilla

La carrera de la diseñadora de joyería textil Silvina Romero permite vislumbrar la trama que une el diseño contemporáneo con prácticas populares antiguas, sin estridencias teóricas estetizantes o sectarismos. Tomamos varios termos de mate, tiramos de la punta del ovillo del mundo de Silvina y nos habló del blanco matizado, la influencia de Madonna y el núcleo de amor elegido pensando el mundo.

Dos días de campamento dejan sedimentos en un grupo de gente: bronceados dispares, sentimiento de tribu, césped en los lugares menos esperados del equipaje, ritmo pausado, irregularidad capilar. A Silvina Romero le estaban elogiando el pelo, suelto enrulado, cuando noté que se destacaba de toda la manada que esperaba en la terminal la salida de los colectivos que la regresaran a Buenos Aires luego de haber participado del Joya Fest en un campo cercano a Mercedes: miraba el arte de tapa del disco de Polaco Sunshine con unos lentes 3D puestos sobre sus anteojos blancos de marco grueso, tenía las uñas pintadas y su atuendo ligero no parecía en nada apresurado, improvisado o desaliñado. Ella le contaba a alguien que siempre usa el pelo atado y que tuvo que ver Avatar en el cine con los lentes grandotes de 3D sobre sus anteojos, porque no ve. Mientras lo decía, yo pensaba que incluso los lentes bicolores combinaban con su ropa. No puedo confiar en mi olfato pero casi seguro que todos olíamos a pileta y campo, mientras que ella trasudaba practicidad y diseño.

Una vez en Buenos Aires, y echando mano a nuestros amigos en común en facebook, uní su cara con su blog y su currículum, allí Silvina cuenta que se dedica a la joyería texil y al diseño sustentable: “A partir de la crisis económica del 2001 que sufrió Argentina, me dedico a desarrollar piezas de joyería y objetos realizados a partir de la recolección y reutilización de desechos textiles que, por medio de diferentes tratamientos como plegar, enroscar, teñir, tejer, recortar… son transformados en objetos para ser portados”. En un vistazo uno se entera que Silvina ha participado con su obra en más de 20 muestras en lugares como: México, New York, Tokio, Amsterdam, Rosario y Buenos Aires y ha aparecido en publicaciones internacionales de joyería contemporánea y accesorios de moda.

Pactamos por mail una visita a su taller en el barrio de Once, ella propone el sábado, le pregunto si no cree que rompamos el shabat, le envío un artículo de wikipedia sobre las 39 categorías de actividades prohibidas en el Talmud. Por lo menos 10 actividades de la lista forman parte de su labor diaria e ininterrumpida: lavar lana, batir lana, pintar lana, hilar lana, tejer, hacer dos lazos, unir dos hilos, separar dos hilos, amarrar, desamarrar, coser. Me cuenta que si no fuera porque estudió en un colegio católico de San Fernando toda la primaria y la secundaria estaría altamente implicada y fuera de la norma. Tres días después estoy tocando el timbre en la dirección equivocada: casi toda la cuadra está ocupada por locales de venta textil que tienen sus enormes persianas cerradas. Busco su teléfono para llamarla y, arrugada en un bolsillo de mi mochila, aparece la tarjeta personal de Thomas Grinberg que dice: “Cada brizna de hierba tiene su ángel que se inclina sobre ella y le susurra: crece, crece”, la frase pertenece al Talmud y Thomas me dio su tarjeta dos noches antes en la terraza de muyricotodo*. Silvina me saluda sacando medio cuerpo por la ventana de su balcón. Abre la puerta, subimos las escaleras y le doy un cuarto kilo de uvas que llevé para acompañar la charla en una tarde de calor.

Reconozco la entrada por un artículo que la revista Living publicó sobre la casa de Silvina, que leí en internet, en el que decían sin equivocarse: “Con dos dormitorios amplios y de paredes altas, la casa gana luminosidad a través del patio central techado de vidrio” y también resaltaban: “la diseñadora combinó su hogar y su taller haciendo del color y del rejunte de elementos su sello personal”. Las paredes están pobladas de cuadros de la pintora Lula Mari, uno es la imagen de apertura del blog de Silvina: una intervención sobre una reproducción del Retrato de Madame Devausay, de Jean Ingres, la versión es azul con un collar de pompones rosados y se llama Ingres usa Romero. Silvina cuenta que Lula y ella estudiaron juntas desde chicas y permanecen siendo amigas. “Hacíamos obras de teatro en los recreos para entretenernos y yo llevaba accesorios para ponernos”.

Pasamos al cuarto en que Silvina tiene su mesa grande de trabajo. Suena Miriam Makeba a todo volumen. En el cuarto hay hilos, telas, guantes bordados, un montón de obra en proceso, material esperando entrar en acción y en estos días ha terminado un pedido grande: “El museo Würth de La Rioja, España, me hizo una compra importante de piezas que estarán a la venta en la tienda del museo a partir del mes que viene”, cuenta.

Probamos una silla sin respaldo en la que hay que sentarse apoyando el peso del cuerpo en las rodillas, supuestamente para lograr una mejor postura cervical. La silla es de diseño japonés y la situación que genera es bastante católica, uno queda como rezando: “No tengo buenas sillas”, dice Silvina. “Quizá eso te lleve a diseñar la que querés”, le digo.

Se ríe, se sienta del otro lado de la mesa y reflexiona: “Trabajar desde la necesidad. Me parece como que me inventé un trabajo, a veces me parece absurdo vivir de lo que hago. Todo lo que hago es 100 % recolectado en la calle”.

Premonición

La basura de las calles de Once, luego de pasar horas y horas por las manos de Silvina sale de gira por el mundo: hace 15 días terminó la muestra Think Again: New Latin American Jewelry, en el MAD, en New York, que ahora viaja para México, y aún está colgada la muestra Heterogeneidad del Río de la Plata en la galería porteña Gachi Prieto, en Uriarte 1976, con fotografías de piezas de Romero y otras 9 joyeras que posan usando sus creaciones. Hoy, con galerías predispuestas y periodistas interesados en el tema parece que la joyería textil fuera una actividad asentada y con larga tradición entre las disciplinas artísticas. La carrera de Silvina y su modo de vivir no están separados, así como su casa y su taller. Contar su historia permite contar la trama que une el diseño contemporáneo con prácticas populares antiguas, sin estridencias teóricas estetizantes o sectarismos. Buscando el inicio Silvina encuentra una anécdota: “Un día en lo de mi abuela en una reunión familiar encontré un alhajerito con cadenitas que se enredaron y me puse a desenredarlas. Pasé horas entretenida desenredando sola y la gente empezó a comentar cómo me había abstraído. Tiempo después en otra reunión de la familia un tío me preguntó que quería ser cuando sea grande, enumeró todas las materias del colegio y no me gustaba ninguna. Pensé, recordé el día de la cadenita y le dije: quiero ser desatanudos. Creo que el episodio premonitorio fue antes de que pudiese manipular algún elemento textil a conciencia…pero sí sabía quién era la virgen desatanudos”.

Tenés varias muestras circulando y seguís produciendo ¿trabajás sola o tenés ayuda?

“Soy muy inconstante, vivo de lo que vendo y de los pedidos que recibo. Me harté del ritmo de la producción, empecé hace diez años y a los tres me empezó a ayudar una chica”.

¿Cómo era cuando empezaste?

“En el 2001 tenía 24 años estaba de novia con un artista plástico y me mudé con él a Constitución. Vi una realidad que no vivía antes, heavy cotidiano: convivir con tipos tirados en la puerta de tu casa durante dos días o encontrar a alguien asesinado en la calle. Empecé a juntar crisis: de estudio, de país, vocacional. Me faltaban tres materias para recibirme y dejé.

Venía a buscar telas al Once, empecé a juntar 3 veces por semana con bici y un chango, o, si había un botín, tomaba un taxi. Sentía que había un tiempo muerto en la universidad. Hace diez años no había un mercado de diseño, hacía cositas y tenía que pensar ‘¿cuál es el circuito para cositas?’. En el Centro Metropolitano de Diseño (C.M.D.) no tenías que pagar, sólo pensar y presentar tu proyecto para una selección. Escribí, me dieron un espacio en el Dorrego tres veces por año.

Paralelamente empecé un blog que lo armé en un locutorio. Tengo una resistencia para hacer una web y armar un perfil comercial. Me escribía gente de la isla de Chipre. Mandaba piezas en un sobre y ellos mandaban la plata en sobres con papelitos. Los dos sobres los enviábamos al mismo tiempo, era confiar en el otro, plenamente. Vendía más así que en un local. No tenía un sistema de pago por internet. Era muy bizarro”.

La blogósfera también era un terreno inexplorado…

“El blog es tierra de nadie, por la circulación de notas aparecidas en blogs con más difusión empecé a tener otra exposición. Luego, en 2005, se hizo la primera muestra de joyería Gestos sobre el cuerpo en Tienda Malba. Participaban joyeros de metal, fue como decir: `¡Ah, mirá lo que yo hago se llama joyería’.

Seguía de novia con Alfio Demestre que hacía cosas con leds, Martín Corujo hacía lámparas con basura y Rita Hampton que hace miniaturas en metal tenía un depto en Serrano y Honduras, en Palermo. Yo venía a patrullar a Once y lo vendía en el showroom que armamos en ese depto con cosas de todos, lo nombramos MARS, eran nuestras iniciales, nos sentíamos los MIDACHI. Duró 2 años, 2006 y 2007, era muy hippie, la pasamos muy bien, pero no ganábamos más allá de cubrir los gastos”.

Luego de conseguir exposición ¿Te llamaron marcas grandes alguna vez?

Me llamaron marcas grandes y no era buena la propuesta para mí. Trabajé con Owoco y me gustó, una marca de ropa para chicos, cada prenda venía con un libro donde figuraban los accesorios que yo luego hacía.

¿Los amigos con los que iniciaste proyectos los conociste en la universidad?

“Cuando estudiaba nunca me conecté. No hice ni un amigo. Ádemás eramos poquísimos, cinco minitas. Me encanta de mi laburo que se generan lazos profundos y grandes amigos, el hacer te lleva a la gente real. El año pasado hice un casamiento, una ambientación textil. Sol, la novia me pidió un collar, luego Martín, el novio, me pidió que le haga algo, una corbata. Después me propusieron ambientar la fiesta para 200 personas, fue muuy divertido. La familia del novio tiene una fábrica de telas, ella es diseñadora textil y se habían conocido en la feria Emitex, en la que se expone maquinaria textil. La familia colaboró, puso material, se involucró. Hicimos centros de mesa con lana, de todo. Hace dos días me trajeron de Tailandia esas luces que cuelgan de la baranda de la escalera”.

Silvina apunta hacia una hilera de círculos de colores que apagados no se destacan mucho entre los racimos de muñecos de hilo y lana de diferentes latitudes que adornan las paredes del patio. Respira, mira alrededor.

“Estoy muy conectada con la buena fortuna. Esta casa y las mejores piezas, salieron de venir a revolver en el volquete. El otro día vi un mueble, un gabinete que costaba 300 pesos, pero me parecía que no era momento para hacer un gasto. A los tres días encontré un mueblecito igual en la calle”, dice y lo señala en la pared, cuento cinco filas y cuatro columnas en el gabinete que ya está lleno de hilos de colores.

Cuando empecé a dar clases intenté tomar clases me inscribí en clínicas, pero nunca pude interesarme. Fui a un taller de una artista textil y no me pasaba nada. Pagaba y sentía que apoyaba un proyecto que no me interesaba. Pagué los últimos $200 y volvía pensando: ‘esto me va a hacer mejor persona por oposición. Ahora sé lo que no quiero ser en mi taller, cómo no quiero mostrar las cosas, lo que no quiero avalar’. Cuando volví en la puerta de mi casa encontré $200.

Hace seis años me contactó por el blog una chica para una muestra en Munich, Valeria Vallarta, una mexicana que vivía en Holanda. Había que pagar unos costos le dije que no podía, ella me dijo que se hacía cargo, vendió obra y me siguió invitando a muestras. En 2008 me invitó a participar en un libro, el Compendium de Darling Publications, que editó un cellista alemán, Valeria fue contratada para editar el apartado latinoamericano. En 2010 me llamó para el Gray Area Symposium, el primer simposio de joyería contemporánea realizado en México para cuyo logo seleccionó un broche mío, con el que se hicieron souvenires para coleccionistas, galeristas y para los 40 panelistas. Conocí mucha gente que me copaba, referentes, y se me acercaban a hablar con mi broche puesto, bolsitos, anotadores, todo con el broche impreso. Luego me invitó a exponer en New York.

En 2008, Ana Lisa Alperovich, que vivió en Londres y estudió diseño sustentable y Rodrigo Valdivielso me invitaron a dar una clase en el jardín botánico, en 2010 fui con ellos a Corrientes, al Festival de diseño sustentable, allí conocí a Hada Irastorza, la dinámica era muestra, charlas y talleres. Había teóricos académicos y habló también Santiago Morahan de Diseño cartonero. Toda gente maravillosa que conocí gracias a la basura.

¿Reciclás en otras instancias de tu vida?

Separo la basura. Nos conocemos con los cartoneros. Mando a mis alumnas a buscar en la calle. Una vez volvieron horrorizadas porque les quisieron vender los desechos. Es violenta la situación de revolver la basura. Cuando empecé no había tanta gente, pero ahora hay organización, camiones, handys.

Yo sé que no luzco como una cartonera. Desde que vivo acá en Once los conozco más, charlo, sé que luego yo entro enseguida acá y estoy calentita. Conozco pibas que vienen desde Lanús a buscar telas para hacer sus proyectos y señoras de más lejos que vienen a conseguir algún retazo para coser.

A partir de la convivencia empecé pensar: este pibe que junta lo mismo que yo pero no lo interviene y lo vende a 5 pesos ¿qué pasa si yo le enseño a hacer un algo con el mismo tiempo y sus manos? Tuve una cosa muy mala, una vez le dije a una mina que si me ayudaba yo le pagaba. Empezó a venir gente a tocarme el timbre pidiendo trabajo y yo no podía sostener una situación así.

Fui al CMD a charlas de comercio justo. Me llevó a preguntarme muchas cosas. Soy una cartonera, de alguna forma. Hace dos años tuve una idea poética, pensé en armar una cooperativa, hay que tener una formación para la contensión que yo no tengo y tener clara una estrategia para financiarse.

Participé del proyecto Nido que impulsa una marca de moda y me pareció nefasto. Le da sus desechos textiles a familias pobres de Florencio Varela. Les compra barato lo que hacen y lo vende caro en el mercado internacional.

Colaboré en una muestra, quise saber y me enteré como funciona: no hay comercio justo. Se aferra a un discurso de dar trabajo y de reinserción, opera sobre el marketing de la marginalidad. El empresario disfrazado de hippie me molesta. Prefiero los roles claros, saber cuánto se le paga al productor.

Lujo desecho

Silvina se emociona cuando habla, se le humedecen los ojos, se indigna y se ríe fuerte. Vamos por el segundo termo de mate de la tarde. Me cuenta que en cuatro meses rompió seis termos. “La gente se solidariza y me trae termos, amigos, alumnos, familiares”. ¿Será porque los suecos no toman mate que todavía no hay termos buenos?, le digo y nos reímos, y en verdad reímos mucho toda la tarde. Puede hablar durante parrafadas muy largas en las que salta de un momento de su vida a otro, distante pero relacionado, o cambiar de tema sin dejar de resultar una conversadora interesante. Cuenta que pasa mucho tiempo en silencio:

“Hacer una actividad repetitiva lleva a un estado de limbo. A veces no me doy cuenta y paso dos días sin salir de casa y sin saber en qué estuve pensando. Son grandes momentos de blanco matizado. Sólo hacer. No hablo. Tengo unos amigos que viven en una isla en Tigre y tienen lo que llaman el mal del isleño: necesitan a otros, pero se distancian. Están tan solos que cuando vas a verlos te apabullan con su charla. A mí también me pasa, últimamente hablo sola, la boca me pide hablar, dialogo, pronuncio mis pensamientos para transformarlos en sonido. No sé qué diferencia hay con un operario cuando estoy bordando una cosita durante un mes. El año pasado necesité vincular. Últimamente cuando conozco a alguien que no hace nada con sus manos desconfío. Es muy importante para mí la relación con la materia”.

A veces mastica las palabras un rato antes de contestar, dibuja círculos en el aire con el puño cerrado o mueve sus dedos como si tocase un theremin, su peinado ceñido y alto y sus gestos me recuerdan a la belleza altiva de Clara Rockmore, la primer virtuosa del theremin. Le comento lo del gesto y ella va hasta un mueblecito y trae un theremin de juguete que aprendió a hacer en un taller de reciclado. Le muestro en su compu un video de Rockmore y mirándolas constato la parsimonia que las une. Le cuento que sospecho que el aspecto futurista de Rockmore fue la inspiración para el personaje de la princesa Leia, de Star Wars y que considero válida la teoría porque el theremin se convirtió en el sonido de la ciencia ficción. A Silvina, que parece un eslabón entre Rockmore y Natalie Portman, no le cuesta nada seguir todo el derrape, cebar mate y retomar la charla cuando le pregunto:

¿Son inseparables los conceptos de joyería y lujo?

Por un lado están los joyeros que están preocupados porque la joyería sea considerada arte, más cerca de las esculturas. A mí no me interesa, el diseño es elitista, me parece sobre valorado, me distancian los precios, como diseñadora no puedo pagar obra de mis colegas.

No sé qué significa la joyería, ¿adorno, ornamento, status? Algo de todo eso tiene. Me encanta pensar que hago joyería con basura. Es muy raro lo que pasa con el mercado. Empiezo a pensar a partir del material. Si empiezo un dibujo, busco qué hay para hacerlo. Vivo en el núcleo del desecho industrial y me nutro de él.

¿Alguna vez pudiste poner en venta tus piezas en comercios de Once?

Nunca vendí en Once. Cuando empecé no contaba de donde venía el material la tela no estaba de moda. Lo que antes había que ocultar ahora es cool y noticiable. Sí creo que ahora podrían estar en cualquier local porque acá cada cosa que surge en el mercado del diseño tiene sus versiones más baratas y ya hay una aceptación de los materiales.

¿Cuál es tu relación con las técnicas?

Tejo desde los 10 años, empecé a hacer cosas con tela, me hacía ropa para mí y para mis amigas. Mucho de lo que hago es experimental, iba empezando con una forma y descubrí técnicas, hacía cosas y luego me enteraba que usaba técnicas de cestería o de tapiz, sabía tres puntos y empecé a variar.

¿Qué puntos sabías?

En crochet medio punto, me enteré que hacía Vareta, Media vareta, con dos agujas hacía Santa Clara.Una técnica a veces te limita, si no sabés hacé, podés aprender luego. Algunas alumnas me dicen ‘bordar no, porque no sé bordar’, yo les digo: todos sabemos todo. A veces las inseguridades te hacen no hacer y eso es frustración inmediata.

¿Cuándo empezaste a dar clases?

Empecé en 2010 a dar clases, me abrió un mundo diferente: la relación de cada persona con los materiales. Estaba saturada de cumplir con partidas de producto, aburrida de mí misma. Necesitaba intercambiar con otros.

Anuncié las clases por el blog y tuve 24 alumnos. Hice cuatro talleres de un mes y luego en la segunda mitad del año empecé con clases semanales. Hago entrevistas y agrupo a las alumnas por profesiones o intereses en común. El último taller exprimental se llamó Tras la esmeralda perdida. Una alusión a la joya propia. Todavía recibo mails que dicen: sigo buscando mi esmeralda. Me gusta que otras personas hayan encontrado una actividad que los entusiasme. Trato de que se genere una potencia.

Lo hablé mucho con mi amiga Lula que da clases de pintura hace diez años. Armé clases como a mí me gustaría que sean. Vemos webs, técnicas, las alumnas traen proyectos.

¿El tejido está asociado más a una labor femenina que a una disciplina artística?

Es un circuito chiquito el de la joyería que quizá tiene esa pretensión. Acá en Argentina es más asociada a la mujer como labor. Ahora que pienso, en Bolivia y Corrientes noté que los hombres hacen la parte más fina del proceso y hay un sentido comunitario en el proceso de la pieza. Uno termina lo que empieza el otro.

Como una virgen II

La tarde sigue calurosa, Silvina dice que tiene seca la boca de tanto hablar, le sugiero que pruebe con una uva. Aprovecho para contarles unos datos fríos. Silvina nació en San Fernando en 1978, tiene 2 hermanas menores, con una se lleva 2 años de diferencia y con la otra 18. Su abuela materna y su madre tejían. Su padre vende colchones y su madre lo ayuda. Le pregunto si la influyeron las tejedoras de su entorno:

“No sé si me metí por ver algo del mundo costureril a mi alrededor. Es muy animal. Disfruto mucho de hacer una actividad en privado. Estoy leyendo el libro Las lunas de Eugenio Carutti, director de Casa XI, esto que te cuento es muy propio del niño de la luna en Sagitario, estar constantemente armando una realidad. Mi mono: monoempresa, monopensamiento, monotodo. Basta. Sí, disfruto del solitario, de hacer sola. Tengo amigos artistas y nos juntamos para paliar lo del solitario. Tengo una amiga en Colonia, (Uruguay) la fuimos a visitar y nos quedamos 15 días trabajando. Trabajar acompañado sin hablar pero saber que hay otro me encanta. Acá en la casa de al lado hay un taller de serigrafía de una chica y cada tanto nos cruzamos y nos mostramos lo que estamos haciendo.

Cuando era chica jugaba a destrozar la ropa de mi vieja. Desaparecía una prenda y en realidad estaba debajo de mi cama, donde la escondía mientras la transformaba en otra cosa”.

¿Leías la revista Burda?

“¡Compraba la revista Burda! Hacía cursos de barrio de moldería, llenos de doñas. Cuando volvía de la escuela llegaba a casa me sacaba el uniforme y tenía listo un kit de disfraz de Madonna: guantes de ciclista, shortcito de jean, caudal de cadenas de cruces. Me lo ponía y me sentía poseída. Poseidón total. No bailaba ni ponía música. Creo que los accesorios tienen que ver con el empoderamiento. En el colegio el uniforme nos hermanaba y los accesorios eran la oportunidad para diferenciarme. Yo no quería ser el todo, me gustaba tener cosas hechas por mí misma”.

¿No sentías una presión generacional por usar ropa de marcas?

“Crecer acompañada fue fundamental para generar conceptos propios. Durante 10 años nos íbamos de vacaciones a Córdoba con 2 amigas. Ellas valoraban lo que yo hacía. Fuimos pasando muchas etapas, fumábamos porro y leíamos a Bucay y se nos abría todo un universo. ¡Estábamos despertando a la filosofía! Aún se mantiene esa amistad y nuestro hacer se relaciona. El núcleo de amor elegido pensando el mundo es maravilloso.

El año pasado se quedó mi sobrinito Guille a pasar el día y a dormir acá en casa. Tenía 6 años, tocaba las cosas y me preguntaba: ‘Tía ¿esto es arte?’.

Le pregunté qué le parecía a él y él iba diferenciando: los utensillos no eran arte, los collares sí y los muñecos de lana también. En un momento del día tuve que ponerme a trabajar para que no se me atrasara un pedido y le propuse crear conmigo. Se copó. Fue muy intenso sentir que estás atestiguando el momento en que alguien descubre la unión concepto-forma a la par.

Hace poco me llamó y me preguntó si podíamos volver a hacer arte juntos.”

¿Probaste reutilizar los desechos de los colchones que vende tu viejo?

“Había un cono que picaba goma espuma, primero lo usé como tobogán, luego traté de hacer cosas, pero el material era muy plástico y no tan maleable. Ahora estoy más selectiva, antes le veía a todo un potencial, el que mucho acumula poco produce. Usá lo que podés y lo que no: dejálo ser”.

Muchas de tus piezas tienen nombres de plantas o que aluden a la flora ¿estudiás sus formas?

“Me copan las enciclopedias de botánica. Tengo varias, las miro. Me encantan las plantas”.

Silvina vuelve a quedarse en silencio y a respirar profundo.

“El nardo ¿no es el mejor aroma que hay?”, pregunta. No capto olores a la distancia, así que me acerco al florero que está en el patio y hundo la nariz entre los pétalos. El patio es como una pequeña fiesta con flores, banderines coloridos de papel mexicanos, Silvina me acerca muñecos de lana: un papagayo cuyo pico parece una zanahoria y un chiche de metal que es como un capullo o un huevo que cuando tirás de un gatillo se abre y hay un pájaro que a veces sale disparado, cuando el chiche no falla.

Una serie de las piezas de Silvina lleva por nombre Criaturas. Durante casi 7 horas de charla percibí en ella la naturalidad lúdica de los niños, emparento el motor de sus creaciones con una certeza: el juguete es un invento de los adultos, mientras que la capacidad lúdica es un don de los niños. Como todos hicimos alguna vez, Silvina nota el potencial de los juguetes que no son juguetes y de aquello que nos dicen que está dañado pero igual sirve para seguir jugando y creando. Pienso en los niños mutantes de los que habla Jodorowsky.

Silvina abre la puerta, salgo, se para en el umbral y dice: “Mirá, hay un mundo acá afuera”.

La saludo y me voy. Quienes quieran adentrarse en el mundo de Silvina Romero pueden consultar en su blog por las clases semanales de joyería textil que arrancan en marzo, hay inscripción abierta todo febrero. También pueden encontrar sus piezas en Trastienda de Diseño en Corrientes y Dorrego, Corrientes 6181 PB. Es un showroom que está abierto todos los sábados de 16 a 20 hs y también participan de ese espacio Langg, Jimena Anastasio, Guiño, Krakovia, Alise, Zapatos Pi, Daniela Abiussio y Voulez Vous.

Para más información:
www.silvinaromero.blogspot.com

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